25 de marzo de 2013

Whatsaap

Estoy a punto de mandar el APP a freír espárragos. Es sólo una molesta interrupción que te pone a tiro de las impertinencias.

Una de las aristas del asunto es la gratuidad. Ya quiero ver la intensidad del bombardeo si hay que pagar por cada bomba. Lo gratis nunca se valora.

Hoy por hoy llega a ser insufrible. En el ánimo de dar un buen servicio he puesto mi número ahí fuera. Me parece que me he equivocado.

La ubiquidad a través del smartphone es un castigo, me cae. La gente que quiere una respuesta a loquesea a la hora de mandar un Whatsapazo, asume que puede ser contestada inmediatamente. Y se ofende si no lo haces.

Yuhu?
Estas?

Seguramente el problema es sólo mío (y de mi paranoia). No fui educado para dejar un teléfono sonando. Por consecuencia me estresa y me distrae sobremanera el ruidito de que alguien quiere algo de ti que considera es más importante que lo que sea que estes haciendo.

La barbarie. El desorden. El exceso.

Tengo que estar permanentemente disponible para un número muy limitado de personas. Las que me suelen contactar por whatsaap no son parte.

Pasa un poco lo mismo con el correo electrónico ya sea en el teléfono o en la misma computadora. Lo urgente y lo importante -que decía Covey- pierde el sentido con el desfigurado don de la ubiquidad cibernética. Me niego.

Me niego.

Defensas bajas y multiplicaciones largas

A un año de pandemia ya, me parece importante escribir que el cansancio es un factor importante en el comportamiento. Cuando menos el propio...